¿Alguna vez se han preguntado por qué somos de un equipo? ¿Por qué nos gusta "tal" deporte? Quizás pensemos que a través de los años fuimos descubriendo qué nos gustaba y qué no, que fue por gusto propio el hecho de sentir los colores de una camiseta. ¿Se han preguntado de dónde nace este tipo de amor? Yo creo que todo en la vida se aprende, y esto no es la excepción. En mi caso aprendí de un maestro que conozco hace mucho tiempo, mi papá.
Inconscientemente gracias a mi papá decidí empezar este blog, y nunca había reflexionado sobre ello. Todo empezó hace 14 años, un 15 de julio de 2001. Fue la primera vez que me llevaron al estadio a ver al Olimpia. ¡Cómo olvidarlo! Un 2-0 a favor contra el Real España, y Danilo Tosello anotó un gol esa tarde. Supongo que ese día cambió mi vida por completo, porque después de esa vez nada me emocionaba más que ver fútbol. Tengo muchos recuerdos de mi infancia, mis primeros guantes de portera (que por cierto están muy bien guardados), mis primeros tacos y mis primeras clases de fútbol, entre otras cosas. Cuando mis padres decidieron inscribirme en una academia de fútbol era la única niña y normalmente un papá se negaría a que su hija juegue con niños, pero el sabía las ganas que yo tenía de aprender y de jugar. Por eso cada miércoles, viernes y sábado me llevaban a mis clases. ¡Valió la pena! También recuerdo que habían dos raquetas viejas guardadas en el closet de mi casa, mi hermana menor usaba la Wilson y yo la Prince, peloteábamos para no aburrirnos, y así conocimos el amor al tenis, que nos llevó a seguir a Roger Federer.
No puedo dejar fuera de la lista de recuerdos, todas esas mañanas de Julio que le dedicaba al Tour de Francia. Cuando mi papá iba a trabajar, mi hermana y yo le hacíamos un resumen de lo que había pasado detalladamente: quién se escapó del pelotón, quién era líder de la montaña o quién ganaba la etapa. Gracias a esos resúmenes y escuchar a mi papá hablar sobre él, descubrí a Lance Armstrong. Un ídolo que se convirtió en mi decepción. Nos parecía admirable su coraje y su fuerza, tanto así que muchas veces jugamos a ser un equipo de ciclismo y que ganábamos el Tour.
El deporte ha rodeado mi vida desde siempre, y esto también se lo debo al maestro que tuvo mi padre. Un deportista disciplinado, que disfruta calladamente de un buen domingo futbolero. Me enseñó a batear y a improvisar pelotas de baseball. Guarda silencio todas las veces que mi equipo le gana al suyo y le voy a decir "Ajá abuelito, ¿y qué paso?" "Nada, linda. La próxima". Mi abuelo materno no se queda atrás, según los relatos de mi abuela jugaba muy bien al fútbol de defensa central. Él era altísimo, por lo que cada rebote en la cancha de baloncesto era suyo. ¡Un ADN llenísimo de deporte!
Dicen que lo mejor se guarda para el final, y la mejor anécdota que tengo con mi papá es haber viajado a San Salvador el 14 de Octubre del 2009 a ver a mi Selección clasificar a un mundial. Se me llenan los ojos de lágrimas cada vez que me acuerdo de esa noche mágica. Salté tanto, que tuve que salir del Cuscatlán apoyada de su hombro porque no podía caminar del dolor de rodilla.
"Vivi, ¿querés ir mañana a San Salvador?"
"Papi, pero mañana juega la Selección"
"¿Y adónde juega la Selección, pues?"
Me quedé helada. ¡Un sí inmediato! Definitivamente mi papá esta detrás de los mejores recuerdos de mi vida. Gracias por cada ida al estadio, por cada camiseta que me traía, por entender mi amor al deporte. Es curioso que no tenga una foto con él después de un partido o en el estadio, pero no es necesario tenerlas para saber que él me apoyaba y me seguirá apoyando siempre.
No importa si sos azul o blanco, si te gusta más el atletismo que el volleyball, si preferís una raqueta a un bate; tu maestro te enseñó bien. Guarda esas lecciones con vos siempre, porque es un vínculo inquebrantable que tendrás con tu maestro.
¡Gracias maestros, por enseñarnos un tipo de amor único!
| Él es mi maestro, Eduardo Pavón. Esta fotografía fue tomada en la Costa Norte hace más de 20 años. |
VQV
